martes, 26 de agosto de 2008

Las perpetuidades y el honor a los compromisos

A continuación adjunto un comentario de un profesor mío de la Facultad. Creo que es importante porque introduce a la idea de valuación de activos el tema del compromiso.
Algo que el gobierno Argentino incluso antes del default hizo gala de no tener (el honor ) y de no cumplir (los compromisos).
Es interesante este ejemplo del pueblo inglés (y sus instituciones) como para comprender un poco lo que puden llegar a pensar personas que piensan de este modo respecto a nuestro reciente Default.
Imagino que los llamados Holdouts es decir personas que no aceptaron el canje tendran una idea muy similar.



Adrian Zicari

Profesor del Programa MBA

En Finanzas se llama “perpetuidad” a un contrato por el que se recibe una cantidad fija de dinero de modo periódico sin fecha de conclusión. El problema es entonces valorar ese flujo de dinero, concretamente: ¿Cuánto pagaría usted por acceder al derecho de percibir una cuota fija de aquí a la eternidad? Más allá de las disquisiciones filosóficas y suponiendo que esos flujos de fondos sean absoluta y totalmente seguros ¿cuánto valdría un contrato así?
Usted se preguntará para qué sirve responder un problema de estas características si las perpetuidades en el mundo real no existen. Sin embargo, este problema no es sólo
teórico, su importancia radica en que solucionándolo (de hecho, la solución es bastante sencilla) podremos aplicar la solución a problemas más reales: cómo valorar acciones, obligaciones negociables o títulos públicos.
Ahora, la sorpresa es que las “perpetuidades” no fueron solamente una curiosidad de los matemáticos y los analistas financieros, sino que fueron otra excentricidad británica. Allá por el año 1751, cuando Sir Henry Pelham fue elegido Primer Ministro de Gran Bretaña, se encontró las finanzas de la corona sumidas en un deplorable caos de títulos de deudas de varios plazos, tasas y denominaciones (varios ministros de economía argentinos habrán seguramente sentido lo mismo que sintió Sir Henry ese día).
La ingeniosa solución de Sir Henry fue consolidar las deudas en un solo papel que luego fue apodado justamente consol (por “consolidated annuity”). Claro que Sir Henry tuvo la curiosa e inteligente idea de no ponerle fecha de vencimiento a sus bonos: estos pagarían una rentabilidad fija anual, for ever and ever.
Ahora ¿qué pasó con los consols? ¿Alguien le creyó a Sir Henry? Bueno, al principio no tanta gente. Pero el tiempo fue pasando y los bonos se fueron pagando puntualmente.
De hecho, lo único que alguna vez conmovió a los consols fueron las guerras
napoleónicas y la consecuente perspectiva, en aquel entonces inminente, de una invasión de Napoleón a Ingleterra. Sin embargo, aún así, los consols se pagaron con puntualidad inglesa y luego de Waterloo volvieron al precio de siempre.
Huelga decir que luego Inglaterra no estuvo ni remotamente cerca de ser un país
tranquilo: sufrió guerras, conflictos políticos, luchas sociales, bombardeos de la
Luftwaffe. Sin embargo los consols siguieron inconmovibles mientras el Tesoro, año a
año, impasible, impertérrito, honraba sus deudas en tiempo y forma. De hecho, al
gobierno inglés los consols les permitieron el sueño de todo político: financiar al Estado a tasas ridículamente bajas: ¿quién no iba a invertir en un papel que se pagó
puntualmente durante más de 200 años y que sobrevivió al mismísimo Napoleón?
Sería bueno recordar este ejemplo, ahora que nuestro país acaba de sortear el mayor
default de la historia universal (no sólo nos distinguimos en el fútbol). Sería bueno
también que la Argentina de aquí en adelante tenga una conducta pública digna (por qué el Estado puede hacer algo que nosotros en lo personal consideramos incorrecto?). Sería bueno, por último jugarnos a ser un país serio, donde los compromisos se cumplen, pase lo que pase, aunque esté Napoleón planeando invadirnos. Y de paso, terminaríamos financiándonos más barato.

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